lunes, 3 de marzo de 2014

Se levanta el viento, de Hayao Miyazaki #FICUNAM2014

Por @rufianmelancoli

Cuando en septiembre de 2013 Hayao Miyazaki anunció su retiro como director de cine con la película Se levanta el viento (Kaze Tachinu), además de dejar atónitos a los periodistas del Festival de Venecia otorgó claves para interpretar éste, su testamento fílmico. No todos los grandes directores de cine pueden darse el lujo de hacer una última película con la conciencia de que funcione como epílogo, cierre o mensaje final de su obra; aunque también se corre el riesgo de crear un producto melancólico o anquilosado, propio de una vejez que evoca en lugar de provocar el movimiento (o revisen esa triste La voz de la luna de Fellini, película que siempre parecía estar incómoda con el cine que se exhibía en ese momento -1990- y con la obra del propio cineasta).  ¿Cómo operaría Se levanta el viento en el potente universo del demiurgo japonés de héroes, mascotas, sueños, brujas, castillos y ritos de paso?
Desde las coordenadas de “última obra”, no debe extrañar que Se levanta el viento sea un biopic: la vida del ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi, creador de los aviones de caza Zero que atacaron Pearl Harbor durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941, año del nacimiento de Miyazaki. Es decir, que el mejor momento creativo del ingeniero Horikoshi ocurre cuando el futuro dibujante y cineasta vive sus primeros meses de vida. ¿Como si se tratara de un pase de estafeta? Pero acá se vuelve peligroso el supuesto, en tanto Miyazaki se ha reconocido como un pacifista y ecologista constante, ¿de dónde viene el interés de dibujar la vida de un hombre que diseñó aviones para la guerra y la muerte?



Miyazaki decide cerrar su obra abrevando en sus orígenes, revisando un pasado que Occidente le obligó a mirar con vergüenza -aquel de los totalitarismos fascistas que causaron las guerras, y en las que el Imperio Japonés participó de manera activa- y que años después dibuja con orgullo, aunque cuidándose de no proclamar adhesión. Miyazaki no puede tener orgullo de la guerra, pero sí de la pertenencia; entonces ahí cuenta la Historia pero no desde el sitio oficial, y de paso se cobija con símbolos de personajes admirables, que por la circunstancia histórica les tocó estar del lado censurado de la historia: y así, mientras en sus sueños, Horikoshi se acompaña del ingeniero italiano Giovanni Caproni, en su visita a los balnearios de tuberculosos toma café y charla con Hans Castorp, el enfermo de Thomas Mann en La montaña mágica. Horikoshi también viaja a Alemania y, así como se admira la audaz ingeniería de guerra nazi, es testigo de la violencia que ocurre en sus calles y que acaso vaticina la conflagración.
No hay apología del fascismo, sí hay una recreación amistosa de estos tiempos en los que el trabajo inspirador se vuelve la guía de los personajes y sólo desde esta obsesión por la excelencia puede crearse una joya de la ingeniería como los Zeros, concebidos desde la curva perfecta de una espina de pescado. Pero aquí hay un elemento mucho más cercano entre el ingeniero Horikoshi y el cineasta Miyazaki: tiene que ver con estiradores, lápices y reglas, con los respectivos ejercicios de dibujos que fueron punto de partida para aviones -en el primer caso- y novelas, pelìculas, historias, personajes, en el segundo. El testamento de Miyazaki guarda una revelación sorprendente: de todos los creadores posibles, él prefiere sentirse cercano de un ingeniero industrial.
Hay que mirar a los aviones de papel de Horikoshi como si fueran las viñetas de Totoro. Hay que acompañarlo en su fatigosa proyección como si el genio de los Estudios Ghibli trasnochara empeñado en la arquitectura de sus castillos encantados o vagabundos. Y hay que ver los fracasos del aeronáutico como varias hojas de papel hechas trizas que el Miyazaki de los mangas, o el Miyazaki de los animes, muy bien se cuidó de esconder. El creador de La princesa Mononoke y El viaje de Chihiro está más cercano a un plano que busca lo aerodinámico que a otra vertiente de la creatividad; la despedida de su arte en cine se acompaña de la confesión del oficio, creado más desde la perseverancia y la concentración que desde el genio inspirador. La tosudez de Horikoshi es la tosudez de Hayao Miyazaki.
Desde esta poética del dibujo y la persistencia, Miyazaki propone una poética que también da cabida a lo que sus seguidores le han conocido: las fuerzas naturales como personajes catalizadores, la trama de la transición del niño al adulto, la influencia de los sueños, que en este caso no cumplen con características surrealistas o psicológicas; refuerzan el impulso creador. De ahí la importancia del personaje de Caproni, caricatura de distinta tesitura en el universo ánime, como si viniera más del Cinettà (esa otra fábrica de sueños carnavalescos) que de Ghibli. Habrá que llamar la atención que aparece justo en los momentos que Horikoshi flaquea en su vocación: lo mismo cuando es niño y descubre que nunca podrá pilotear un avión por miope (y Caproni le dice que sin embargo los podrá diseñar), que cuando joven se desalienta porque la tecnología alemana supera con creces los incipientes experimentos japoneses (y Caproni insiste que ahí debe entrar la inspiración). Es el sueño que estimula y reformula las coordenadas de la misión de Horikoshi. Caproni también es el personaje que canta las frases definitivas de la película. Lo mismo el verso de Verlaine que da título a la película, Le vent se lève, il faut tenter de vivre (el viento se levanta, debes intentar vivir) como la inquietante consigna: todo creador tiene diez años de vida, ¿cómo esperas vivir tus diez años de sol?
Y la retirada del ingeniero Caproni es la retirada festiva de Miyazaki. Satisfecho de que sus diez años de cineasta -más de treinta si lo contamos desde El castillo de Cagliostro, su primera película- hayan sido de mucho viento y de mucho sol.
Se levanta el viento (Kaze Tachinu) Japón, 2013. 126 min. Dirección y guión de Hayao Miyazaki, basado en la novela homónima de Tatsuo Hori y el cómic del mismo Miyazaki. Dirección artística de Yöji Takeshi. Música de Joe Hisaishi, Fotografía de Michael Miller y Koji Kasamatsu, Producción de Toshio Suzuki.

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