sábado, 1 de marzo de 2014

#FICUNAM Retrospectiva del 1er. Concurso de Cine Experimental (1965): Un testimonio de Jorge Ayala Blanco


Parte de las actividades del Ficunam 2014: se presenta el ciclo sobre el Primer Concurso de Cine Experimental de 1965, con las seis películas finalistas: La ganadora, La fórmula secreta de Rubén Gámez, el segundo lugar que recayó en En este pueblo no hay ladrones de Alberto Isacc, Amor, amor, amor, compilado de mediometrajes dirigidos por Benito Alazraki, Miguel Barbachano Ponce y José Luis Ibañez; Amelia de Juan Guerrero, Los bienamados, con mediometrajes de Juan José Gurrola y Juan Ibañez, Llanto por Juan Indio, de Rogelio González Garza y El viento distante, con mediometrajes de Salomón Laiter, Manuel Michel y Sergio Véjar.
Le preguntamos al crítico Jorge Ayala Blanco sobre su experiencia en el Primer Concurso de Cine Experimental de 1965 y nos cuenta alguna de las consecuencias del concurso. Una historia truculenta que ocurre en tiempos del lopezportillismo:





La vigencia
Yo creo que actualmente tiene cierta vigencia, o quizá una vigencia sentimental, no sé todavía cómo ubicar a esta generación que podríamos llamar del Primer Concurso de Cine Experimental de 1965.
Yo creo que sí se extendió el número de posibilidades y la diversidad de opciones estéticas y narrativas que había en el cine mexicano, por lo menos se rompió con el monopolio de los sindicatos y la industria.
Quizá lo más interesante sería estudiar, observar gracias a que se van a casi reestrenar estas películas para las nuevas generaciones, lo interesante sería saber qué carrera hicieron estos cineastas, que son de lo más diversos.

El legado
Los que inmediatamente hicieron carrera fueron gente como Sergio Véjar, que ya tenía cierto impulso, ya había hecho un par de películas; el caso de Alberto Isaac, que aprovechó, quizá fue quien mejor aprovechó el Concurso Experimental para incrustarse dentro de la industria, empezar a hacer películas muy ambiciosas y terminar haciendo películas un tanto personales, pero digamos muy por debajo de lo que podría haber hecho, según se advertía en En este pueblo no hay ladrones.
Existen otros cineastas que definitivamente no hicieron carrera, como sería el caso de Gurrola, que siguió su carrera por el teatro, filmó alguna de sus obras, hizo una película experimental muy rara que se llamaba Robarte el arte y tuvo muy escasa difusión, encontramos también gente como Manuel Michel que empezó pesando con cierta fuerza, con una película muy fallida que era Patsy mi amor y finalmente desapareció.

Las tragedias
Hay dos personajes que para mí son terriblemente trágicos: el caso de Rubén Gámez y el caso de Salomón Laiter, muy diferentes los dos pero unidos en su tragedia. En el año de 1978, o sea, exactamente trece años después del Concurso de Cine Experimental, iban a hacer las películas más ambiciosas de la historia del cine oficial mexicano. Rubén Gámez en enero de 1978 iba a filmar una película que era a mi entender lo más heterodoxo que se puede imaginar, le había regalado sus cuentos Juan Rulfo de El llano en llamas para que los filmara, pero Rubén los iba a filmar en el primer cuadro de la Ciudad de México, o sea, los temas rurales los convertía en un extraño híbrido urbano, citadino. Y el caso de Laiter era quizá más ambicioso, porque había adaptado con José Emilio Pacheco -el mejor guión de José Emilio Pacheco- la novela de José Donoso El obsceno pájaro de la noche; las dos películas iban a iniciar exactamente el mismo día, a principios de enero de 1978, pero dos días antes del rodaje a Margarita López Portillo, que era la dueña del cine mexicano, le había dicho la ouija que le iba a ir muy mal si financiaba las películas que iban a iniciar, entonces, de la manera más arbitraria y feroz de la Tierra suspendió los rodajes con preproducciones carísimas dos días antes; o sea, iban a empezar el lunes, el sábado decidió que no se harían, el domingo apareció en todos los periódicos que se suspendían los rodajes de estas maravillosas películas. Yo conocí los guiones, eran fascinantes.
El caso es trágico porque nunca se recuperaron ni Salomón Laiter ni Rubén Gámez de este terrible escollo en su carrera. De hecho Salomón Leiter enfermó de asma y prácticamente, durante más de 22 años prácticamente no salió de su casa, vivía en Las Lomas y ahí se quedó atrapado, porque salía y le daban unos ataques espantosos del asma. El caso de Rubén es un poco menos trágico, porque cayó en el alcoholismo y apenas se pudo recuperar. Ya por principios de los años noventa hizo una película que tenía apenas un eco de lo que él quería hacer en El llano en llamas, que es Tequila, una película si bien interesante, muy inferior de lo que se esperaba de él.

Las tendencias
Las dos películas que ganaron eran agua y aceite, además la diferencia fue por un solo voto, claro, un punto, porque en realidad éramos tres jurados y calificamos de cuatro tres dos y un punto, entendiendo que la mejor película era de cuatro puntos; entonces, por un punto estuvo a punto de ganarle En este pueblo no hay ladrones a La fórmula secreta.
Escena de La fórmula secreta, de Rubén Gámez
Por supuesto La fórmula secreta era una película de vanguardia, todavía hoy sigue siendo una película extraordinariamente avanzada, una película que narraba de otra manera otras cosas, se deliraba un relato en la película, era una película poética, nuestra vanguardia francesa del año 27 tardíamente, en el año 65, casi cuarenta años después.
Escena de En este pueblo no hay ladrones, de Alberto Isaac
En cambio En este pueblo no hay ladrones era nuestro intento de cine aseado, barnizado un poco en cuestión literaria. Era un cuento, no de los mejores de Gabriel García Márquez, aclimatado por lo mexicano; era lo que se llamaría un relato bien hechecito y hasta cierto punto de vista tradicional, claro, tradicional no dentro de la trayectoria del melodrama mexicano, era otra cosa, era un cuento irónico, bien narrado. Entonces por supuesto que inmediatamente enchufa en la industria la postura de Isaac, que lo primero que hace es una película que yo aprecié mucho en su momento, Las visitaciones del diablo, un folletón romántico definido como tal de Emilio Carballido, quizá su mejor película. 

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