Parte de las actividades del Ficunam
2014: se presenta el ciclo sobre el Primer Concurso de Cine Experimental de
1965, con las seis películas finalistas: La ganadora, La fórmula secreta de Rubén Gámez, el segundo lugar que recayó en
En este pueblo no hay ladrones de Alberto Isacc, Amor, amor, amor,
compilado de mediometrajes dirigidos por Benito Alazraki, Miguel Barbachano
Ponce y José Luis Ibañez; Amelia de Juan Guerrero, Los bienamados,
con mediometrajes de Juan José Gurrola y Juan Ibañez, Llanto por Juan Indio,
de Rogelio González Garza y El viento distante, con mediometrajes de
Salomón Laiter, Manuel Michel y Sergio Véjar.
Le preguntamos al crítico
Jorge Ayala Blanco sobre su experiencia en el Primer Concurso de Cine
Experimental de 1965 y nos cuenta alguna de las consecuencias del concurso. Una
historia truculenta que ocurre en tiempos del lopezportillismo:
Yo creo que actualmente tiene cierta vigencia, o quizá una vigencia sentimental,
no sé todavía cómo ubicar a esta generación que podríamos llamar del Primer
Concurso de Cine Experimental de 1965.
Yo creo que sí se extendió el número de posibilidades y la
diversidad de opciones estéticas y narrativas que había en el cine mexicano,
por lo menos se rompió con el monopolio de los sindicatos y la industria.
Quizá lo más interesante sería estudiar, observar gracias a que se
van a casi reestrenar estas películas para las nuevas generaciones, lo
interesante sería saber qué carrera hicieron estos cineastas, que son de lo más
diversos.
El legado
Los que inmediatamente hicieron carrera fueron gente como Sergio
Véjar, que ya tenía cierto impulso, ya había hecho un par de películas; el caso
de Alberto Isaac, que aprovechó, quizá fue quien mejor aprovechó el Concurso
Experimental para incrustarse dentro de la industria, empezar a hacer películas
muy ambiciosas y terminar haciendo películas un tanto personales, pero digamos
muy por debajo de lo que podría haber hecho, según se advertía en En este
pueblo no hay ladrones.
Existen otros cineastas que definitivamente no hicieron carrera,
como sería el caso de Gurrola, que siguió su carrera por el teatro, filmó
alguna de sus obras, hizo una película experimental muy rara que se llamaba Robarte
el arte y tuvo muy escasa difusión, encontramos también gente como Manuel
Michel que empezó pesando con cierta fuerza, con una película muy fallida que
era Patsy mi amor y finalmente desapareció.
Las tragedias
Hay dos personajes que para mí son terriblemente trágicos: el caso
de Rubén Gámez y el caso de Salomón Laiter, muy diferentes los dos pero unidos
en su tragedia. En el año de 1978, o sea, exactamente trece años después del
Concurso de Cine Experimental, iban a hacer las películas más ambiciosas de la
historia del cine oficial mexicano. Rubén Gámez en enero de 1978 iba a filmar
una película que era a mi entender lo más heterodoxo que se puede imaginar, le
había regalado sus cuentos Juan Rulfo de El llano en llamas para que los
filmara, pero Rubén los iba a filmar en el primer cuadro de la Ciudad de
México, o sea, los temas rurales los convertía en un extraño híbrido urbano,
citadino. Y el caso de Laiter era quizá más ambicioso, porque había adaptado
con José Emilio Pacheco -el mejor guión de José Emilio Pacheco- la novela de
José Donoso El obsceno pájaro de la noche; las dos películas iban a
iniciar exactamente el mismo día, a principios de enero de 1978, pero dos días
antes del rodaje a Margarita López Portillo, que era la dueña del cine
mexicano, le había dicho la ouija que le iba a ir muy mal si financiaba las
películas que iban a iniciar, entonces, de la manera más arbitraria y feroz de
la Tierra suspendió los rodajes con preproducciones carísimas dos días antes; o
sea, iban a empezar el lunes, el sábado decidió que no se harían, el domingo
apareció en todos los periódicos que se suspendían los rodajes de estas
maravillosas películas. Yo conocí los guiones, eran fascinantes.
El caso es trágico porque nunca se recuperaron ni Salomón Laiter ni
Rubén Gámez de este terrible escollo en su carrera. De hecho Salomón Leiter
enfermó de asma y prácticamente, durante más de 22 años prácticamente no salió
de su casa, vivía en Las Lomas y ahí se quedó atrapado, porque salía y le daban
unos ataques espantosos del asma. El caso de Rubén es un poco menos trágico,
porque cayó en el alcoholismo y apenas se pudo recuperar. Ya por principios de
los años noventa hizo una película que tenía apenas un eco de lo que él quería
hacer en El llano en llamas, que es Tequila, una película si bien
interesante, muy inferior de lo que se esperaba de él.
Las tendencias
Las dos películas que ganaron eran agua y aceite, además la
diferencia fue por un solo voto, claro, un punto, porque en realidad éramos
tres jurados y calificamos de cuatro tres dos y un punto, entendiendo que la
mejor película era de cuatro puntos; entonces, por un punto estuvo a punto de
ganarle En este pueblo no hay ladrones a La fórmula secreta.
Por supuesto La fórmula secreta era una película de
vanguardia, todavía hoy sigue siendo una película extraordinariamente avanzada,
una película que narraba de otra manera otras cosas, se deliraba un relato en
la película, era una película poética, nuestra vanguardia francesa del año 27
tardíamente, en el año 65, casi cuarenta años después.
En cambio En este pueblo no hay ladrones era nuestro intento
de cine aseado, barnizado un poco en cuestión literaria. Era un cuento, no de
los mejores de Gabriel García Márquez, aclimatado por lo mexicano; era lo que
se llamaría un relato bien hechecito y hasta cierto punto de vista tradicional,
claro, tradicional no dentro de la trayectoria del melodrama mexicano, era otra
cosa, era un cuento irónico, bien narrado. Entonces por supuesto que
inmediatamente enchufa en la industria la postura de Isaac, que lo primero que
hace es una película que yo aprecié mucho en su momento, Las visitaciones
del diablo, un folletón romántico definido como tal de Emilio Carballido,
quizá su mejor película.
Escena de La fórmula secreta, de Rubén Gámez |
Escena de En este pueblo no hay ladrones, de Alberto Isaac |
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