Pussy Riot ensayando la plegaria punk |
El 21 de febrero de 2012, las integrantes del
colectivo musical y performancero Pussy Riot! irrumpieron en la Catedral de
Cristo Salvador de Moscú para regalar a los feligreses un breve acto de
protesta contra actual el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su alianza al
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa, Cirilo I. Ni el personal de seguridad, ni las
monjas que les juraban que arderían en el infierno y mucho menos los fieles
rusos, pudieron siquiera escuchar completo el tema de punk rock que las chicas
PussyRiotistas habían compuesto, ensayado, coreografiado para impactarles la conciencia
porque de inmediato fueron retiradas apenas después de llegar a la mitad de la
canción que pedía a la Santísima Virgen María que se convirtiera en feminista y
retirara a Putin del poder.
Como es sabido, el impacto de ese performance creció hasta alcanzar una atención mediática que rebasó las fronteras de Rusia gracias a que se publicó el video del performance sobre el altar y después la misma Iglesia ortodoxa, ofendidísima, inició un recurso para que el Estado castigara el oprobio hecho a la Catedral y a los feligreses. Tras el arresto, los realizadores Mike Lerner y Maxim Pozdorovkin se apresuraron a registrar las protestas y el proceso de juicio a las tres integrantes de Pussy Riot que fueron arrestadas (Masha, Katya y Nadia), sin que pudieran echar mano del resto del colectivo al que Lerner/Pozdorovkin grabaron en su escondite, y después lograron armar este documental que nombraron “Una plegaria punk” (Pussy Riot! A Punk prayer) para presentarlo a tiempo en el Festival Sundance de 2013, en donde obtuvieron el reconocimiento con el Premio Especial del Jurado por su trabajo.
Ante la evidente falta de entrevistas
directas a Masha, Katya y Nadia, quienes son grabadas durante su presencia encerrada
entre los distantes procesos del juicio (Acusación, juicio, defensa y
apelación), Lerner y Pozdorovkin estructuran el documental con las entrevistas
a los padres de cada una, quienes abundan sobre sus orígenes y cómo llegaron a
formar cada una parte del colectivo al que apoyaron (aquella fabulosa secuencia
donde asaltan a besos a policías en el metro) y sorprenderse por el performance
que les valió el arresto. Pero también dieron espacio a las opiniones de la
radical secta ortodoxa y de su brazo golpeador, Los Portadores de la Cruz, que usan
camisetas con el lema de “Ortodoxia o Muerte”, quienes no dudan de tachar como
“brujas” a las chicas arrestadas y arremetiendo contra Nadia, de la que revisan
sus publicaciones en internet por lo que la señalan también como”una bruja que
no se arrepiente”. “En la Edad Media ya las habrían ahorcado” opina uno de
ellos. Los realizadores de ninguna forma los confrontan, dejan que se expresen
y atestiguan los choques que tienen con la gente que protesta y exige la
liberación de las Pussy Riot mientras los jóvenes y señoras ortodoxas les
avientan agua bendita en la calle.
De alguna manera, este documental no solo se
dedica a ampliar el conocimiento sobre el colectivo, arrancando con el
performance, rescatando la grabación del ensayo y siguiendo las distintas
etapas del juicio, sino que también se logra montar en la ola mediática que
abundó en los noticieros mundiales y hasta armar un pequeño bloque donde
artistas del mundo exigían la liberación de Pussy Riot, incluyendo el momento
en que Madonna muestra su apoyo durante su concierto en Moscú y cantó “Like a
virgin” usando una balaclava colorida como las que suelen usar las Pussy Riot.
Aparte del valor testimonial del documental, todo esto le valió para atraer la
atención suficiente de los festivales y ganar la distribución a través de HBO
Documentaries, como para que hasta lograra que Thompson on Hollywood, de
indiewire.com, la nombrara como la película que todos esperaban ver.
La edición es dinámica, casi videoclipera, pero
la película no se casa con el formato de un típico “rockumental” sobre un grupo
musical que se encuantra bajo arresto, pero no por su imperfección musical (al cabo eso qué importa). Más bien se despliega como un puntual registro
cronológico de un juicio que de cualquier forma señala la injusticia y el
absurdo por detener a tres integrantes del colectivo como responsables de una
“gran ofensa” a la Iglesia Ortodoxa y los fieles feligreses que “sufrieron”
hasta ataques nerviosos por su presencia, como señala una abogada que
representa a los ofendidos y que sirve como pretexto para iniciar el arresto y
la sentencia a dos años de prisión con trabajo forzado. Lerner y Pozdorovin
logran presentar a una sociedad muy polarizada entre la protesta libertaria y
el fanatismo religioso en el que se fundamenta la política estatal del gobierno
de Putin. A pesar del estricto sistema judicial ruso, Masha, Katya y Nadia
nunca se muestran achicopaladas por el mismo, ni siquiera lloran por el perdón,
en todo caso Masha es la primera en señalar que no está de acuerdo con el
procedimiento del juicio: “No entiendo el lado ideológico de las acusaciones”,
y la juez le pregunta “¿Se declara culpable de los cargos? ¿No entiende el
ruso?” a lo que Masha contesta “No puedo declararme culpable ante acusaciones
que no entiendo”. Desde ahí, las Pussy Riot se distancian de lo que llaman como
una farsa de juicio, mostrándose despreocupadas, declarándose libres porque su
libertad interna no ha sido devastada y en cada oportunidad señalan que no
existe un verdadero crimen al cual perseguir. Ante la atención internacional,
subrayan que el sistema judicial ruso ha sido desnudado. Las tres bajo arresto
son la sensatez agigantada.
En la conclusión de la defensa, Nadia
explica: “Pussy Riot es una forma de arte opositivo, acción política que usa
formas artísticas. Es una forma de activismo cívico contra un sistema político
corporativo que usa su poder en contra de los derechos humanos básicos (…) Esto
me sorprende. Somos más libres que aquellos quienes nos persiguen, podemos
decir lo que queramos y decirlo cuando queramos. Cada día la gente entiende que
un sistema que ataca a tres mujeres jóvenes quienes tocaron por 30 segundos dentro
de Cristo El Salvador, quiere decir que este sistema le teme a la verdad y la
sinceridad que representamos”.
Considerado este documental como un simple
vehículo de un juicio-espectáculo, varias reseñas se quejan de que Lerner y
Pozdorovkin pasaron por alto explicar y entender aun más el dichoso artículo
213.2 del Código Criminal Ruso y que por “haberlo quebrantado”, las tres
jóvenes “se ganaron” el arresto por el simple hecho de ejercer el “vandalismo
motivado por odio religioso”. Eso probablemente daría material para abundar
sobre los problemas propios del sistema judicial ruso y cómo el Gobierno de
Putin se envilece contra el caso particular de las Pussy Riot, así como de
otros casos, pero me parece que ya podría ser tema de otro documental alterno
al de la Plegaria Punk.
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