This is not a film o No es una película.
Jafar Panahi |
Exhibida durante el 7º Festival Ambulante y ahora en el 32 Foro Internacional de la Cineteca, ¿a quién le podría interesar un registro en video de un cineasta en su casa? ¿No es acaso lo más aburrido que ver? Un director de cine hablando por teléfono, tomando té, cuidando de la iguana Igi, la mascota de su hija, pero no en el ámbito que hace lucir tanto a los directores de cine: entre la tramoya, dirigiendo actores y dándoles indicaciones precisas, acomodando la cámara y todo aquello que la parafernalia cinematográfica gusta mostrar. Pero la situación actual de Jafar Panahi no le permite exponerse de manera que le endurezcan la sentencia del Estado Iraní a 6 años de prisión y 20 simultáneos de prohibición para no filmar una sola película, sentencia que comparte con Mouhammad Rasoulof. En el caso de Esta no es una película, nos encontramos con Jafar esperando que se confirme o se reduzca como se lo hace saber su abogada al teléfono, quien le da esperanzas de que la sentencia de 20 años sea eliminada y solo el castigo quede reducido a 3 años de prisión. Con el hartazgo de vivir en arresto domiciliario y tras sufrir la irrupción de la policía para detener el rodaje que empezaba en su casa, Jafar no tiene nada mejor qué hacer mientras su familia sale a pasear y hacer sus pendientes, de no olvidar alimentar a la iguana Igi, recibir llamadas y el apoyo de colegas, repasar un guión que el Ministerio de Cine nunca aprobó y que, por lo visto, desea realizarlo.
Es por eso que el colega y documentalista iraní Motjaba Mirtahmasb acudió a la casa de Panahi para grabarlo a petición de Jafar y contemplar todo lo que sucede en un día (cinematográfico) de su arresto domiciliario. "Todo se debe documentar", afirma cada que Panahi se detiene a pensar si todo lo que hacen tiene algún sentido.
Por lo mismo, este registro que no es una película tiene el acierto de convertirse en un documento valioso de la intimidad de un director de cine iraní, atrapado por el Estado de carácter dictatorial que es Irán en la actualidad. "Las presiones internacionales pueden ayudar a reducir la prohibición de 20 años", le dice su abogada en el altavoz del iPhone que porta todo el tiempo Jafar, "y también si hay presión de los cineastas nacionales". "No creo que los cineastas nacionales se expongan a presionar", afirma Panahi. "Pero esta sentencia es una decisión política, no es legal en ninguna forma (...) pero para el Estado nada se puede quedar sin castigo, se puede reducir, pero debe haber castigo".
Jafar, después de navegar en un internet tan bloqueado, revisar su correo electrónico, de ver una noticia del Ministerio de Cine de Irán donde se ufana de haber "hecho" el Festival de Berlín (pues para esa fecha ya habían pasado meses en el que Una separación ganó el Oso de Oro para el cine iraní), se le ocurre platicar a la cámara de Motjaba de qué se trata aquel guión que el mismo Ministerio rechazó. Sin actores, sin otros elementos de producción más que su casa, Jafar en su encierro describe la historia de la joven de Isthfajá, Maryam, que quiere estudiar Arte en la Universidad de Teherán, pero sus padres tan tradicionalistas no la quieren dejar ir de ninguna forma porque siendo mujer no importa que estudie y ella tiene que acudir el día de las inscripciones, si no perderá de por vida la posibilidad de estudiar alguna carrera. Jafar no sólo describe el argumento sino que también se pone a delinear en la sala cómo sería el espacio de la casa de su protagonista, delimitando con masking las paredes y la recámara imaginaria, dejando a la cámara atenta de Motjaba que lo presencie en el proceso de construir el espacio cinematográfico en el que se desarrollaría ese proyecto atorado. Aprovechando la disponibilidad, le muestra y nos enseña un dvd del making off de la película El espejo (1997), donde la niña del Globo blanco (1995) Mina Mohammad Kahni es también protagonista y actúa como una niña que sale de la escuela y se pierde en el camión que se supone debería dejarla cerca de su casa. De repente, sucede que ella se desespera y se baja del camión donde está instalado todo el personal fílmico (el crew), rompiendo la frágil sucesión de la escena y obligando a Jafar a reemplazar la cámara para filmarla sentada harta de estar actuando, "Ni siquiera estoy seguro del final de esta película", afirma Jafar para tratar de sobrellevar el azaroso accidente que les ha sucedido con la niña Mina. Aquí, el documental atento se vuelve una breve lección del trabajo de Panahi y los actores, que suelen ser no profesionales y a pesar de que el director puede tener una idea precisa de qué acción/emoción deben mostrar a cámara, siempre ofrecerán una opción distinta a la que el realizador tiene en su cabeza, algo nuevo que debe aprovechar el cineasta en todo momento, como en otra escena donde nos muestra a otro actor "natural" cuando hace una reacción de desesperación. Su gestualidad es inesperada a pesar de las indicaciones precisas que Jafar le había dado y entonces nos explica cómo dejó filmar a la cámara respetando lo que al actor "natural" le dio en ese momento.
Él podría seguir platicando sobre sus experiencias con la realización y los actores, cómo la idea se va transformando frente a la cámara y el cineasta debe tener la capacidad de irle dando forma en ese proceso discontínuo y fragmentado que es la filmación, pero la vida cotidiana irrumpe y lo interrumpe cuando una vecina fuera de cuadro que nunca se asoma en la puerta y con la cámara de Motjaba a prudente distancia, le pide de favor que cuide a un perro en lo que sale a la ciudad, pero Jafar se desespera de inmediato y se lo regresa, siendo un momento cómico e inesperado en la seriedad de la contemplación al cineasta.
Motjaba sigue grabando a Jafar cuando este graba con su teléfono el paisaje desde su balcón o mostrándole su casa y los azulejos que tiene de Chaplin, pero llega el momento en que Motjaba tiene que irse con su familia a festejar el día de fuegos artificiales que en esta No película sucede como marco temporal. Luego es el mismo Jafar quien se encarga de seguir grabándose, pero como sincronicidad inesperada llega el portero eventual a recoger la basura y Jafar decide seguirlo en su travesía por el elevador y los pisos del edificio para recoger el resto de basura y aprovechando a entrevistarlo, haciéndonos saber que es un diseñador gráfico que trabaja eventualmente en otro oficio que no es el de su carrera, encontrando un edificio casi solitario y, en uno de los pisos, a la vecina desesperada por encargar al perro. Trata de enjaretarle el pobre animal al portero eventual, porque "el otro vecino gruñón de arriba (El mismo Jafar) no se lo aceptó" y pues tampoco el portero lo hace porque tiene que seguir en su labor, pero Jafar se mantiene oculto en un rincón del elevador con la cámara y con tino mantiene a la vecina fuera de cuadro, respetando el momento cómico que la desesperada vecina se empeña en presentar involuntariamente.
Así, terminan llegando al sótano y Jafar con la cámara se asoma cuando el portero sale hacia la oscuridad y se pierde, para que después Panahi se asome a la entrada del edificio donde ve un instante que refleja el caos desesperado que sucede en Teherán durante una celebración nacional.
No es una película adopta este título para evitarse más problemas legales que la obra le pueda acarrear a Jafar Panahi con el gobierno iraní, sin ubicarse en el acostumbrado terreno del neorrealismo narrativo con el que suele deleitarnos, convirtiéndose en un documental de sí mismo sin la egolatría de sublimar el absurdo arresto domiciliario del cineasta. Retrata su hartazgo, su desesperación por saberse limitado y no poder continuar con el proyecto de película que tiene atorado. Aprovechando que Motjaba se encontraba haciendo un documental sobre los cineastas encarcelados, tiene la suficiente paciencia para registrar sin interrupción la cotidianeidad de Jafar en su casa, pero tampoco interviene para encausar alguna otra cosa o introducir otro tema que le interesara como documentalista. Con la sabia distancia que le da estar detrás de la cámara, se permite contemplar los silencios y conversar con el protagonista, dejarse seducir por el ansia de Jafar por dar vida a la película detenida y evocarla con él como si estuviera en una junta de producción con un invisible personal fílmico atento a lo que busca el cineasta. A sabiendas de lo que registra, deja que esa desesperación controlada de Jafar nos conduzca por los detalles que constituyen la película que se proyecta sin cesar en su cabeza, trayéndola a la vida en sus narraciones y reflexiones del oficio de ser cineasta: nos platica el escenario, la justificación de las ventanas que narran la esperanza encerrada de Maryam, la estudiante de Ishtfajá, cuando ve a un muchacho en la calle y resulta ser una trampa de su misma familia. Como señalé antes, Motjaba deja que el cineasta Jafar nos de una lección no pedida de su oficio y su proceso de trabajo como cineasta. Es una entrevista testimonial que no sale a resultas del tirabuzón de las preguntas. Las mismas preguntas parten de la ansiedad de Jafar para respondernos en qué situación se encuentra, por qué se empeñó en hacer esa película que el gobierno iraní le prohibió hacer tanto como para haber optado por usar su propia casa como locación principal de su narrativa minimalista, hasta que unos agentes le confiscaron su equipo y le mantuvieron la restricción de filmar cualquier pietaje del guión prohibido.
Tremendamente sencillo, sin ningún otro aspaviento narrativo-documental más que ser el testigo en contemplación paciente de un cineasta y su circunstancia, No es una película logra ser un filme valioso en todos sentidos: por su sinceridad, por respetar la azarosa continuidad que parece no cambiar en el marco del encierro, por percibirse desde el eje del arresto un retrato de una ciudad álgida y opresora reflejándose en las llamadas que recibe Jafar de su dedicada abogada, de su amigo que lo llama para ofrecerse a llevar a su familia en su carro librando retenes de la policía sospechosista al extremo. Jafar tiene que conformarse en grabar desde su casa y con un telefonito ultramoderno el paisaje de la ciudad desde su perspectiva inamovible, cuidando a la hermosa iguanota Igi cual extensión de su hija ausente.
Sin embargo, se sabe que esta No película fue rodada durante cuatro días y que aparte fue planeada durante un mes de pre-producción para poder realizarla, incluso con un guión completo. El formato adoptado lo deja en la región del falso documental que para los puristas del documentalismo le restaría autenticidad, pero no por ello originalidad y valentía, pues es un discurso valiente que confronta al gobierno iraní con la engañifa de ser un registro que ni siquiera llega a ser una película formal, como lo quieren hacer parecer Panahi y Motjaba. Así Jafar "actúa" el encierro y provoca estos momentos que disparan el resto de las situaciones mencionadas, como los instantes por los que debe pasar una improvisación actoral ante la cámara, pero que se desarrollan con naturalidad y dan el cariz de ser un auténtico documental. A estas alturas, no se puede demeritar una obra de este calibre por "no ser documental" y valerse de ciertas escenificaciones para dar coherencia cinematográfica a esta película, pues pasearse entre la ficción y el documental se hacen coherentes dentro del neorrealismo iraní que tanto insiste en presentar y cuestionar la realidad en la que se encuentran. A pesar de las prohibiciones, No es una película corre con la fama de haber salido de Irán en un pendrive escondido en una tarta para poder presentarse en el Festival de Cannes y el resto del mundo. Motjaba tampoco pudo librar las restricciones de su país y ya se encuentra bajo arresto por el atrevimiento de hacer esta película, mientras que a Jafar le endurecieron el castigo y se encuentra aislado e incomunicado en alguna casa del norte de Irán, sin el acceso a ningún celular o aparato con el que pueda grabar una sola cosa, según la versión de unos amigos cercanos.
Tal vez en otra circunstancia futura, el cineasta Jafar Panahi pueda compartir su experiencia y proceso creativo para dar vida a sus maravillosas películas que abrieron las fronteras iraníes junto con el resto de la camada de autores de su nación al mundo. Entretanto, tenemos la oportunidad de gozar este documento que aquí entre nosotros y el mundo debemos estar concientes de que No es una película sino un regalo fílmico como pocos.
Tal vez en otra circunstancia futura, el cineasta Jafar Panahi pueda compartir su experiencia y proceso creativo para dar vida a sus maravillosas películas que abrieron las fronteras iraníes junto con el resto de la camada de autores de su nación al mundo. Entretanto, tenemos la oportunidad de gozar este documento que aquí entre nosotros y el mundo debemos estar concientes de que No es una película sino un regalo fílmico como pocos.
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