Rafi Pitts, el cazador furtivo perseguido.
El cine iraní cuenta con un nivel cinematográfico de altos vuelos, por la presencia favorable y venerada en los festivales de cine mundiales. Recordamos de inmediato a Jafar Panahi (El globo blanco, '95; El espejo, '97; Offside, '06) y Abbas Kiarostami (¿Dónde está la casa de mi amigo?, '87; El sabor de las cerezas, '97; El viento nos llevará, '99; Copia fiel, '10) como los representantes más reconocidos y, tras ellos, viene un grupo de cineastas formados tanto en el extranjero como en la industria local, que han establecido una estética particular, conocida como el Nuevo Cine Iraní. Rafi Pitts, en este caso, tiene una doble relevancia por el tema de su película El cazador (The Hunter, 2010) y el momento político tan particular que vive Irán en la actualidad.
Con un tema musical de estilo roquero e iraní in crescendo, la cámara se pasea sobre la fotografía pixeleada Manoocher Deghati, y nos va revelando a un grupo de soldados de la Guardia Revolucionaria montados en motocicletas a punto de pasar sobre la bandera de Estados Unidos pintada sobre el asfalto, el instante emblemático de la celebración del primer aniversario de la Revolución Islámica de 1979, y sobre la que corren los créditos de la película. La imagen sirve de apertura y recordatorio de los actuales valores islámicos: autónomos, antioccidentales, religiosos y populares.
En esta obra de Rafi Pitts, el mismo director interpreta a Ali Alavi, (a causa de que el actor principal contratado para el rol nunca se apareció al primer día del llamado, tal vez más por temor que por otra cosa), quien es un ex-convicto que trabaja como guardia nocturno en una ensambladora de autos, que tiene una esposa e hija a quienes apenas ve por las mañanas y eventualmente sale de Teherán para cazar en el bosque. Su vida rutinaria se narra en el primer segmento con las repeticiones circulares que cierran y empiezan en el momento que Ali corta cartucho para volver a cazar. Al siguiente día, la tragedia.
Ubicado en la época de las elecciones de 2009 de Irán, en un enfrentamiento entre insurgentes y la policía, mueren accidentalmente en un fuego cruzado la esposa e hija de Ali. Él se enfrenta a la frialdad e indiferencia de la policía cuando trata de saber de ellas, sorteando los vericuetos e interrogatorios policíacos. Cuando por fin reconoce el cadáver de su hija, entonces, la resolución está tomada. En su carro verde, busca un paraje que le permita cazar a la distancia a los autos. Ensaya la puntería y dispara a una patrulla, matando a dos oficiales.
No regresa a la ciudad, se hospeda en hoteles y escapa, hasta que la policía lo persigue en carretera y se vuelca en la niebla y es capturado. De forma casi imperceptible, la naturaleza del relato gira para hacer de Ali el testigo del conflicto entre los policías captores, uno que es veterano y corrupto, mientras el segundo sólo cumple su servicio militar y defiende a Ali de que sea asesinado por su superior con tal deshacerse de él, pero todos se pierden en el bosque. En permanente silencio desde el hallazgo de su hija, Ali sigue las instrucciones del segundo oficial, pensando que de esa forma puede liberarse.
En la narrativa de Rafi Pitts, nada parece gratuito. Todo sucede con apabullante sencillez. La precisión con que cuenta de la vida rutinaria de Ali sucede en los encuadres fijos de acciones sencillas. Minimalismo del relato, solamente lo esencial es presentado. El silencio en el que vive apenas y se acaba cuando está con su familia paseando sin que sea necesario escuchar el diálogo, en su trabajo no es muy conversador y la dinámica de la ciudad le es ajena. Su familia es su pequeño gran paraíso que revienta vapor cuando cae el agua en el techo del carro en el autolavado, mientras convive con ellos adentro. Se resigna a las limitaciones de su trabajo y sus salidas al bosque son otro oasis de la rutina. Ante ese contraste, Teherán aparece moderna y autómata, gris e impersonal, grandes columnas que sostienen autopistas y son la entrada a multifamiliares apenas distintos por el tipo de puertas. A pesar de que los colores en ningún momento son vivaces y los encuadres perfectos, Pitts no tiene ninguna prisa en exagerar el ritmo ni exaltar las escenas; son lo que son: la misma ruta que cubre en la fábrica al vigilar, sus recorridos en las autopistas de camino a casa escuchando un locutor con discurso moralizante, las elipsis de todo un día al cortar cartucho con falso raccord (corte de aparente continuidad) para continuar su noche de cacería al lado de la fogata.
Al perder a su familia, tampoco el ritmo se acelera, ni los encuadres cambian, todo se mantiene con una rigurosa contemplación, pues para Pitts es el instrumento adecuado de impresión de realidad. Incluso al estar en el paraje de la autopista acechando a lo lejos una probable víctima, se vuelve impactante, brutal, el seguimiento de la cámara al escucharse en off (fuera de cuadro) los disparos y ver el resultado inmediato: La patrulla se desvía y detiene al morir el conductor, sale el segundo policía y es asesinado a distancia. Raffi Pitts declara que “no quería que la audiencia sintiera la gratificación de ver a un hombre morir, así que quité el sonido. Cuando cae al suelo y hay silencio, podrías sentirte más incómodo que si hubiera mantenido el sonido del tráfico”. Y de qué manera lo logra.
Consciente de sus recursos, procura que la tensión dramática crezca y no se deja seducir por ello para acelerar el montaje. Cuando es perseguido en la carretera y esta se complica por la humedad y la niebla, tanto la patrulla como Ali derrapan y él es quien se accidenta. En primera instancia asumimos el accidente por falta de visibilidad, en otra, podemos pensar que la niebla es la representación del limbo moral en el que se encuentra Ali, pero en el que circunstancialmente derrapan los policías, quienes son los servidores públicos como tus mejores peores enemigos, quienes piensan y aplican la justicia a su modo.
En general, no es un relato que juzgue y tenga prejuicios contra el protagonista. Todas las instancias narrativas trabajan para presentar un contexto hostil e inamovible ante un hombre sencillo y retraído, sin grandes pretensiones más que una vida normal. Prescindir de los largos planos secuencias para usar solo lo necesario: una economía de recursos narrativos, pues cada espacio alrededor del Ali interactúa a pesar de su constante estatismo, pero la dinámica reside en la cadena de sucesos. No recurre a una compleja pista sonora que musicalice empáticamente la noticia de la muerte de su familia, la muerte de los patrulleros en la autopista, la persecución y el final de la película. Pitts nos demuestra que esos recursos están de sobra y no se necesitan para subrayar la fuerza de una historia. Con la duración de la imagen final, uno se toma el tiempo de reflexionar en pantalla el relato, y tomar en cuenta la foto inicial, la celebración de la Revolución Islámica, porque con ella Rafi Pitts pregunta ¿en dónde quedó todo eso?
El cine iraní cuenta con un nivel cinematográfico de altos vuelos, por la presencia favorable y venerada en los festivales de cine mundiales. Recordamos de inmediato a Jafar Panahi (El globo blanco, '95; El espejo, '97; Offside, '06) y Abbas Kiarostami (¿Dónde está la casa de mi amigo?, '87; El sabor de las cerezas, '97; El viento nos llevará, '99; Copia fiel, '10) como los representantes más reconocidos y, tras ellos, viene un grupo de cineastas formados tanto en el extranjero como en la industria local, que han establecido una estética particular, conocida como el Nuevo Cine Iraní. Rafi Pitts, en este caso, tiene una doble relevancia por el tema de su película El cazador (The Hunter, 2010) y el momento político tan particular que vive Irán en la actualidad.
Con un tema musical de estilo roquero e iraní in crescendo, la cámara se pasea sobre la fotografía pixeleada Manoocher Deghati, y nos va revelando a un grupo de soldados de la Guardia Revolucionaria montados en motocicletas a punto de pasar sobre la bandera de Estados Unidos pintada sobre el asfalto, el instante emblemático de la celebración del primer aniversario de la Revolución Islámica de 1979, y sobre la que corren los créditos de la película. La imagen sirve de apertura y recordatorio de los actuales valores islámicos: autónomos, antioccidentales, religiosos y populares.
En esta obra de Rafi Pitts, el mismo director interpreta a Ali Alavi, (a causa de que el actor principal contratado para el rol nunca se apareció al primer día del llamado, tal vez más por temor que por otra cosa), quien es un ex-convicto que trabaja como guardia nocturno en una ensambladora de autos, que tiene una esposa e hija a quienes apenas ve por las mañanas y eventualmente sale de Teherán para cazar en el bosque. Su vida rutinaria se narra en el primer segmento con las repeticiones circulares que cierran y empiezan en el momento que Ali corta cartucho para volver a cazar. Al siguiente día, la tragedia.
Ubicado en la época de las elecciones de 2009 de Irán, en un enfrentamiento entre insurgentes y la policía, mueren accidentalmente en un fuego cruzado la esposa e hija de Ali. Él se enfrenta a la frialdad e indiferencia de la policía cuando trata de saber de ellas, sorteando los vericuetos e interrogatorios policíacos. Cuando por fin reconoce el cadáver de su hija, entonces, la resolución está tomada. En su carro verde, busca un paraje que le permita cazar a la distancia a los autos. Ensaya la puntería y dispara a una patrulla, matando a dos oficiales.
No regresa a la ciudad, se hospeda en hoteles y escapa, hasta que la policía lo persigue en carretera y se vuelca en la niebla y es capturado. De forma casi imperceptible, la naturaleza del relato gira para hacer de Ali el testigo del conflicto entre los policías captores, uno que es veterano y corrupto, mientras el segundo sólo cumple su servicio militar y defiende a Ali de que sea asesinado por su superior con tal deshacerse de él, pero todos se pierden en el bosque. En permanente silencio desde el hallazgo de su hija, Ali sigue las instrucciones del segundo oficial, pensando que de esa forma puede liberarse.
En la narrativa de Rafi Pitts, nada parece gratuito. Todo sucede con apabullante sencillez. La precisión con que cuenta de la vida rutinaria de Ali sucede en los encuadres fijos de acciones sencillas. Minimalismo del relato, solamente lo esencial es presentado. El silencio en el que vive apenas y se acaba cuando está con su familia paseando sin que sea necesario escuchar el diálogo, en su trabajo no es muy conversador y la dinámica de la ciudad le es ajena. Su familia es su pequeño gran paraíso que revienta vapor cuando cae el agua en el techo del carro en el autolavado, mientras convive con ellos adentro. Se resigna a las limitaciones de su trabajo y sus salidas al bosque son otro oasis de la rutina. Ante ese contraste, Teherán aparece moderna y autómata, gris e impersonal, grandes columnas que sostienen autopistas y son la entrada a multifamiliares apenas distintos por el tipo de puertas. A pesar de que los colores en ningún momento son vivaces y los encuadres perfectos, Pitts no tiene ninguna prisa en exagerar el ritmo ni exaltar las escenas; son lo que son: la misma ruta que cubre en la fábrica al vigilar, sus recorridos en las autopistas de camino a casa escuchando un locutor con discurso moralizante, las elipsis de todo un día al cortar cartucho con falso raccord (corte de aparente continuidad) para continuar su noche de cacería al lado de la fogata.
Al perder a su familia, tampoco el ritmo se acelera, ni los encuadres cambian, todo se mantiene con una rigurosa contemplación, pues para Pitts es el instrumento adecuado de impresión de realidad. Incluso al estar en el paraje de la autopista acechando a lo lejos una probable víctima, se vuelve impactante, brutal, el seguimiento de la cámara al escucharse en off (fuera de cuadro) los disparos y ver el resultado inmediato: La patrulla se desvía y detiene al morir el conductor, sale el segundo policía y es asesinado a distancia. Raffi Pitts declara que “no quería que la audiencia sintiera la gratificación de ver a un hombre morir, así que quité el sonido. Cuando cae al suelo y hay silencio, podrías sentirte más incómodo que si hubiera mantenido el sonido del tráfico”. Y de qué manera lo logra.
Consciente de sus recursos, procura que la tensión dramática crezca y no se deja seducir por ello para acelerar el montaje. Cuando es perseguido en la carretera y esta se complica por la humedad y la niebla, tanto la patrulla como Ali derrapan y él es quien se accidenta. En primera instancia asumimos el accidente por falta de visibilidad, en otra, podemos pensar que la niebla es la representación del limbo moral en el que se encuentra Ali, pero en el que circunstancialmente derrapan los policías, quienes son los servidores públicos como tus mejores peores enemigos, quienes piensan y aplican la justicia a su modo.
En general, no es un relato que juzgue y tenga prejuicios contra el protagonista. Todas las instancias narrativas trabajan para presentar un contexto hostil e inamovible ante un hombre sencillo y retraído, sin grandes pretensiones más que una vida normal. Prescindir de los largos planos secuencias para usar solo lo necesario: una economía de recursos narrativos, pues cada espacio alrededor del Ali interactúa a pesar de su constante estatismo, pero la dinámica reside en la cadena de sucesos. No recurre a una compleja pista sonora que musicalice empáticamente la noticia de la muerte de su familia, la muerte de los patrulleros en la autopista, la persecución y el final de la película. Pitts nos demuestra que esos recursos están de sobra y no se necesitan para subrayar la fuerza de una historia. Con la duración de la imagen final, uno se toma el tiempo de reflexionar en pantalla el relato, y tomar en cuenta la foto inicial, la celebración de la Revolución Islámica, porque con ella Rafi Pitts pregunta ¿en dónde quedó todo eso?
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Aunque El cazador ya ha tenido su presencia en festivales internacionales de cine en el 2010, en realidad no se ha exhibido propiamente en Irán. Y tal vez eso no suceda en mucho tiempo, mientras se mantenga el cuestionado gobierno reelecto de Ahmadinejad. Este sencillo relato adquiere una dimensión política de principio a fin. El uso de la foto de Manoocher Deghati al inicio, la coloca de un solo trazo en el terreno del cuestionamiento político con un discurso de ficción cinemática.
A la política se le puede confrontar en sus términos, pero Pitts prefiere hacerlo con la precisión de su discurso cinematográfico. Con este largometraje, pone en tela de juicio los valores tan cimentados del gobierno iraní frente a la actualidad. Aunque desde el inicio del proyecto no tenía relación con las pasadas elecciones del 2009 donde el Partido Verde “perdió”, se contextualizó casi en automático, dejando de trasfondo la inconformidad de un segmento de la población contra el gobierno de carácter dictatorial por proteger sus valores estructurales ante cualquier enemigo que amenace al sistema.
Como ejemplo, en noviembre del 2010, el gobierno arrestó por seis años a Jafar Panahi y Muhammad Rasoulof, sin la posibilidad de filmar durante otros veinte años más, junto con otros cineastas. Desde su residencia en París, Rafi Pitts y otros realizadores iraníes, han convocado a protestas por esos absurdos arrestos. “Es como si nos lloviera cemento encima”, afirma. Cada uno aporta con su obra y presencia a la concientización con discursos que no son panfletarios, unidimensionales, políticos. Pitts lo hace con el virtuoso minimalismo del relato, austero y melancólico, de un cazador depredado por la sociedad en la que vive. De esa forma, demuestra que un cine de alcances narrativos o poéticos puede ser incluso más político, teniendo a la pantalla como su mejor estrado.
Ficha técnica.
Película: El cazador (Coproducción Irán-Alemania)
Año: 2010
Director y guionista: Rafi Pitts
Producción: Thanassis Karathanos, Mohammad Reza Takhtkeshian
Reparto: Rafi Pitts, Mitra Hajjar, Malek Jahan Khazai
Fotografía: Mohammad Davudi
A la política se le puede confrontar en sus términos, pero Pitts prefiere hacerlo con la precisión de su discurso cinematográfico. Con este largometraje, pone en tela de juicio los valores tan cimentados del gobierno iraní frente a la actualidad. Aunque desde el inicio del proyecto no tenía relación con las pasadas elecciones del 2009 donde el Partido Verde “perdió”, se contextualizó casi en automático, dejando de trasfondo la inconformidad de un segmento de la población contra el gobierno de carácter dictatorial por proteger sus valores estructurales ante cualquier enemigo que amenace al sistema.
Como ejemplo, en noviembre del 2010, el gobierno arrestó por seis años a Jafar Panahi y Muhammad Rasoulof, sin la posibilidad de filmar durante otros veinte años más, junto con otros cineastas. Desde su residencia en París, Rafi Pitts y otros realizadores iraníes, han convocado a protestas por esos absurdos arrestos. “Es como si nos lloviera cemento encima”, afirma. Cada uno aporta con su obra y presencia a la concientización con discursos que no son panfletarios, unidimensionales, políticos. Pitts lo hace con el virtuoso minimalismo del relato, austero y melancólico, de un cazador depredado por la sociedad en la que vive. De esa forma, demuestra que un cine de alcances narrativos o poéticos puede ser incluso más político, teniendo a la pantalla como su mejor estrado.
Ficha técnica.
Película: El cazador (Coproducción Irán-Alemania)
Año: 2010
Director y guionista: Rafi Pitts
Producción: Thanassis Karathanos, Mohammad Reza Takhtkeshian
Reparto: Rafi Pitts, Mitra Hajjar, Malek Jahan Khazai
Fotografía: Mohammad Davudi
Edición: Hassan Hassandoost
Dirección de Arte: Malek Jahan Khazai
Dirección de Arte: Malek Jahan Khazai
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