viernes, 27 de agosto de 2010

Érase que sigue siendo el Cine Mexicano (2)

Érase que sigue siendo el Cine Mexicano (2)
El recuento de un diálogo público... truncado.

En lo que me tardaba los años haciendo la anterior entrada por dejarla muy bonitilla y dejarla como... pues como quedó, en La Jornada salió un comentario del nunca bien amado Leonardo García Tsao, crítico de cine y ex-director de la Cineteca Nacional, quien de repente soltó en su espacio que, la neta ¿Quién quiere ver cine Mexicano?, habiendo tantas circunstancias tan desfavorables, planteando que ni la mayoría del público mexicano y mucho menos los exhibidores quieren verlo. Eso sucedió el 6 de agosto de éste año. Ocho días después, Víctor Ugalde le respondió firmemente que ¡Casi todos los mexicanos! sí quieren ver Cine Nacional, abundando en los detalles que lo alejan de las salas, también publicado en la misma Jornada, y pidiéndole que se generara un diálogo público al respecto, pero que García Tsao no ha continuado hasta el momento; total, de seguro tiene otras cosas más importantes que publicar y hacer en lugar de meterse en una diatriba sobre la situación del nuestro Cine. Ok, pues. Pero gracias a que un día @YoSiVeo estaba refunfuñando un poco por lo que dijo Tsao, y luego
Me gustaría ir comentando cada punto que ambos fueron planteando, pero para eso está la referencia directa que aun mantiene en la red la misma Jornada. Junto las dos participaciones y que sean leídas y consultadas las veces necesarias.
Recuerden que está el link directo de cada una de ellas, esto es un reCortaje directo estilo copy-pega.

Leonardo García Tsao
La Jornada, 6 de agosto de 2010.

Tal vez el espectador perspicaz se haya dado cuenta de un fenómeno particular de la actual cartelera cinematográfica veraniega. Al menos en las tres cadenas principales de salas múltiplex en esta ciudad –Cinépolis, Cinemex y Cinemark– no se exhibe ni una sola producción nacional (y no, Fuego de Guillermo Arriaga, no cuenta). Ahora sí, el tiempo en pantalla asignado al cine mexicano es exactamente de 0.0 por ciento.
Ya se sabe, es la temporada del dominio total del blockbuster hollywoodense. Es cuando se debe aprovechar la gran cantidad de gente en vacaciones, niños y adolescentes sobre todo, para darle lo que quiere: películas costosas y espectaculares, en 3D de preferencia. Entonces los escasos distribuidores de material mexicano optan por no enfrentarlo a la competencia desleal y guardarlo para otras fechas. Ya en septiembre empezará la encarnizada pelea por ocupar las plazas que deje libre el cine hollywoodense.
No que abunde el público interesado, de por sí. Estrenar dos títulos nacionales el mismo día implica siempre el sacrificio comercial de uno de ellos. Hace poco se dio el estreno simultáneo de Abel, de Diego Luna, y Chicogrande, de Felipe Cazals. Apoyada por una intensiva campaña televisiva y la ubicuidad de Luna en los medios, la primera resultó un éxito –el único del cine nacional en lo que va del año– mientras que la segunda, sin duda una de las mejores obras de su autor, tuvo una estancia breve por la cartera capitalina.
En abril quien esto escribe participó en un simposio sobre cine latinoamericano en la Universidad de Harvard y mi ponencia fue precisamente sobre cómo la mayoría de las producciones nacionales son ignoradas por el público a quien están dirigidas. Los otros participantes se sorprendieron con el dato pues, a juzgar por la fuerte presencia de cine mexicano en festivales internacionales, suponían que este se encontraba en un boom.
Los números no mienten. De acuerdo con los reportes estadísticos de Nielsen, en 2009 se estrenaron 42 producciones nacionales –es decir, menos de una por semana. Entre ellas, sólo un título rebasó el millón de espectadores, Otra película de huevos y un pollo, con un total de 3 millones 95 mil espectadores. ¿Cuánta es la diferencia con el mayor éxito de taquilla extranjero?
Ya considerada la película de ganancias récord en la historia del cine, Avatar fue vista por 10 millones 78 mil mexicanos; es decir, más del triple que lo conseguido por la única contendiente nacional en el Top Ten. Pero incluso un éxito más moderado como Alvin y las ardillas 2, también de animación y dirigido a un público infantil, pero hecho en Hollywood, rebasó el total del producto mexicano con 3 millones 320 mil espectadores.
Por otro lado, películas mexicanas bastante más ambiciosas –antes exhibidas y algunas veces premiadas en foros extranjeros– languidecieron en cartelera sin atraer a más de 40 mil espectadores cada una. Ese fue el caso compartido de Los bastardos, Cinco días sin Nora, Cochochi, Desierto adentro, Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, Rabioso sol, rabioso cielo, Voy a explotar y Wadley.
Imcine reporta con satisfacción que la producción cinematográfica anual rebasa un número garantizado de 50 largometrajes al año. Pero, a excepción de dos o tres que logran atraer al espectador de clase media que asiste a los múltiplex, todas las demás terminan en el limbo de la distribución y la exhibición inadecuadas. (No es casualidad que la opinión pública proteste cada año porque “nadie conoce” los títulos candidatos al Ariel. No es culpa de la Academia).
El encabezado de este artículo no es una pregunta retórica. Ante la evidencia, cabría preguntarse si existe un público para el cine mexicano fuera de los festivales y las salas alternativas. Es mi firme creencia que sí. A juzgar por su notoria presencia en el mercado pirata, uno confía que, en una población superior a los 100 millones de habitantes, hay suficientes interesados en el producto nacional como para mantenerlo vivo. Son los mecanismos para difundirlo los que obviamente no funcionan.
lgtsao@hotmail.com


(Diálogo público con Leonardo García Tsao)
Víctor Ugalde*
La Jornada, 14 de agosto de 2010.

A la pregunta lanzada en estas páginas por Leonardo Garcia Tsao el pasado 6 de agosto sobre ¿quién quiere ver cine mexicano?, la respuesta rápida y sencilla es: casi todos los mexicanos. La mayoría quiere verlo pero no puede hacerlo en las salas cinematográficas, por lo que debe conformarse, si acaso, con verlo en dvd pirata, o esperar años hasta que el duopolio de la televisión quiera transmitirlo por señal abierta.
¿Por qué no podemos verlo en las salas del país?
1.- El alto costo del boleto ha expulsado de las salas de cine a más de 92 por ciento de los mexicanos sin poder adquisitivo. Es decir, por falta de dinero y no de ganas. A decir de algunos economistas, actualmente sólo acude a las salas 8 por ciento de la población nacional. La compra de boletos en 2009 fue de 178.6 millones, lo que prorrateado equivalió a que cada uno de nosotros asistió 1.7 veces al año. Cifra ínfima comparada con las siete veces que asistíamos en promedio hace 25 años, cuando los precios de entrada eran populares, es decir, cuando un trabajador de salario mínimo podía comprar con un día de trabajo más de ocho boletos y así poder ir al cine con toda su familia. En ese entonces sumábamos 70 millones de mexicanos y se vendían más de 480 millones de boletos.
¿Es justo que los exhibidores obtengan ingresos por 4 mil 111.09 millones de pesos sólo por ingresos en taquilla, más otro tanto por ventas, lo que supera 8 mil millones de pesos, debido a que sus actos son concertados en contra del libre juego de la oferta y la demanda. Precio alto de taquilla; excesivo en palomitas, muy grande en los refrescos, y el espectador no tiene opción, porque las compañías exhibidoras restringen y condicionan la oferta. Uno se pregunta, ¿dónde está la Comisión Federal de Competencia?
Actualmente no hay elasticidad en el precio. El costo más bajo en día de alta asistencia es de 56 pesos y algunas copias sólo las exhiben en salas VIP o 3D, por lo que asistir a una salita de cine nos cuesta entre 85 o 105 pesos por persona. Los precios han aumentado cada año por encima de la inflación, debido a prácticas concertadas entre exhibidores y distribuidores.
Desde hace 25 años el gobierno asumió el modelo neoliberal impuesto por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Ahora, a los trabajadores mexicanos de salario mínimo les cuesta más de ocho horas adquirir un boleto para entrar al cine, mientras en Estados Unidos a un trabajador en condiciones similares le cuesta una hora y media de su jornada comprarlo.
En México, los que asisten al cine son personas con ingresos medios y altos y a ellos no les gusta el cine mexicano, por su educación filoestadunidense y sus prejuicios de clase. Por esto son espectadores cautivos y pasivos del cine de Estados Unidos.
2.- Los mexicanos que podemos y queremos ver cine nacional no podemos hacerlo, ya que no hay una oferta amplia para escoger, como acertadamente indica García Tsao. En este momento no hay tiempo de pantalla para nuestro cine. Es verano y ellos se llevan las ganancias. En ocasiones como ahora, no encontramos películas mexicanas en buenas salas, ni en horarios cómodos, ni en lugares cercanos a nuestro hogar y así un largo etcétera.
3.- En las malas fechas, cuando hay otras distracciones o estamos muy gastados; cuando las trasnacionales se niegan a soltar películas a los exhibidores, entonces sí hay cine mexicano en cartelera. Entonces se estrenan varias cintas del país que se canibalizan entre sí. En 2009, en 14 ocasiones se lanzaron dos o más películas nacionales el mismo día. Siendo el colmo el 17 de abril, cuando se estrenaron cuatro y el 19 de junio, tres.
4.- Los datos que anota García Tsao son dramáticos, pero se quedaron cortos. En los pasados tres años se han estrenado 146 películas mexicanas y se han producido 206. Sólo en 1999, según datos del Instituto Mexicano de Cinematografía, se estrenaron 54 largometrajes y se produjeron 66. Las 42 que consigna García Tsao en realidad son las que recibieron financiamiento del gobierno para su producción, pero se habían estrenado 12 más subvencionadas sólo por la iniciativa privada. Sesenta largometrajes sin estrenar se dice fácil, pero es la producción de un año, y no encontrar fecha de estreno se convierte en una pesada carga para quien pone dinero en el cine, por el costo financiero que hace irrecuperable lo invertido en el filme.
5.- Público para nuestro cine hay, pero no tiene poder adquisitivo. Los pocos que pueden asistir a las salas se dividen en dos tipos:
Los que asisten a evadirse y divertirse, que son los más. Son los que no quieren ver el México pobre y sufrido en la pantalla. Gente que refleja en su formación nuestro sistema educativo nacional. Estos son los que asistieron en 2009 a ver cintas como Otra película de huevos y un pollo, El estudiante, Recién cazado, Amar a morir, Paradas continuas, El agente 00P2, Todo incluido, Nickte, El libro de piedra y El traspatio, 10 filmes que tuvieron 8.34 millones de espectadores en total y que representaron 79.9 por ciento de la asistencia nacional ese año. El promedio de 834 mil espectadores por título es similar al que tienen los filmes estadunidenses. Lo que preocupa es que otras 44 películas mexicanas sólo tuvieron 20 por ciento de espectadores, con un promedio de 47 mil 725 personas por título.
El otro grupo de espectadores tiene mayor nivel de educación y exigencias estéticas más altas, es el que García Tsao llama “de festivales”, el que ve en el cine un objeto estético, un espejo de la realidad y, básicamente, al cine como arte. Las cintas mencionadas por García Tsao tuvieron 133 mil 957 espectadores. Lo que equivale a 16 mil 744 personas por título. Parece poco, pero este tipo de cintas son las que viajan por el mundo, las que tienen reconocimiento en los festivales internacionales, las que mantienen viva la aportación mexicana al imaginario del audiovisual mundial. Son necesarias y desgraciadamente son las más castigadas por la exhibición. Cuando mucho se proyectan en 10 estados. De ahí que casi nadie las conoce.
Lo más dramático es que sólo 10.4 millones de personas vieron nuestro cine en 2009. Si sumamos los espectadores de los pasados tres años, descubriríamos que sólo 37 millones tuvieron acceso a la propuesta estética de directores y escritores mexicanos.
Es tiempo de abandonar las políticas excluyentes, la marginación de los más. Es tiempo de recuperar la economía nacional en nuestro beneficio, no de los grandes consorcios multinacionales. Es tiempo de reactivar el mercado interno y de dar cumplimiento al artículo cuarto de la Constitución, que se refiere al acceso a la cultura.
Es tiempo de crear circuitos de exhibición a precios populares, de exhibir películas impulsadas con dinero público, con nuevos formatos para alcanzar grandes públicos.
Es tiempo de cambiar el modelo económico y cultural, para poder contestarle a Leonardo García Tsao que todos queremos ver cine mexicano y, además, ahora sí podemos.

* Escritor, director e investigador cinematográfico.


*******


¡Bualá! o Voilá! como se escribe, pues. Entonces hasta aquí llega el diálogo público. La verdad da como para continuar la discusión, pero ya han pasado casi dos semanas y Leonardo (de quien suponemos debería haber una respuesta) no lo ha seguido. Aquí podríamos hacer varios comentarios al respecto y  discutir sobre las temáticas y la diversa calidad de las (pocas) películas mexicanas que se han estrenado hasta el momento. Al menos, los datos que Tsao y Ugalde nos arrojan son duros y concretos. Los subrayados son por cuenta de Filomofilias, por cierto.
Es muy cierto que el verano cinematográfico en carteleras es totalmente dedicado al cine norteamericano, que el público con capacidad para pagar boletos de 45 pesos para exhibiciones normales o 85 para las proyecciones en 3D, se vuelca a ver toda esa oferta y que se entretiene con películas bastante mediocres pero que... se ven bonitas porque tienen mucho presupuesto, linda fotografía, edición dinámica, efectos especiales, algunas historias para patearlas por mucho que sus guionistas sean un derroche de técnica narrativa gringa. De toda esa oferta de cada verano, realmente se pueden obtener pocas películas entrañables, buenas a secas. Y no se hagan, hay veranos en que por ninguna película das un quinto, o bueno, ya lo pagaste pero te arrepientes bastante de haberlo hecho.
En una reunión entre compañeros de oficina y demás, llegó el momento en que se pusieron a hablar de cine diciendo "Oigan ya vieron la de... ¿cómo se llama...? El ori-¡El origen! ¡Esa! Nomamen qué buena está, ¿ehhh? Está... ta'chingona pa'que me'ntiendan", y las respuestas de "Séee, ya la ví, está buena, pero quiero verla de nuevo porque no le entendí muchas cosas. Sí, la voy a ver de nuevo". "No, yo no porque fui a ver la de Dorian Gray y sí está buena, está rudona, pero buena" ó "Yo quiero ver la de Mi villano favorito porque..." etc. etc. etc. y de entre toda esa conversación no se asomó ninguna película mexicana.
En otra reunión cumpleañera esa misma noche, con compañeros con dos o tres libros leídos más que mis amigos de la mañana, de repente se soltaron a hablar de sus películas favoritas de reciente estreno y otras que les cayeron por pura suerte. Que les había gustado Malos hábitos, o por ejemplo esa de Y quemar las naves, o quienes les encantó Cinco días sin Nora, otros que los caía bien Diego Luna pero que les gustó mal que bien Abel. Otros a quienes les choca los Televisos en las películas y ni por asomo las quieren ven. Yo fui el único que mencionó Chicogrande y como ninguno la había visto, pues ya no fue tan relevante, ¡ups!
Al siguiente fin de semana me encuentro con la columna de Tsao y la respuesta de Ugalde, posteriormente. Ya tenía separadito también la colaboración Bicentenaria que hizo Jorge Ayala Blanco para El Financiero, y decidí dejarlos aquí publicados también para fururas referncias de la cruda realidad del Cine Mexicano, encontrando que, en sus distintos modos de escribir, coinciden en los mismos problemas que tiene el Cine Nacional y, hasta el momento, Ugalde es quien sugiere propuestas para comience  a salir a flote la acotada ¿industria? cinematográfica.
Este año, el proyecto oficialista del Bicentenario consumió los presupuestos del gobierno federal y algunas producciones pudieron recurrir esos apoyos para estrenar las películas que tendremos en septiembre. Y según parece, Cinépolis ya se comprometió a exhibir los estrenos de temática  Bicentenaria y no Bicentenaria con un mínimo de dos semanas en sus cines (Logran acuerdo para mantener en cartelera cintas mexicanas, El Informador, 26/agosto/2010).
Cinépolis, que se ha caracterizado recientemente por abrir sus salas a festivales documentales cinematográficos con mayor frecuencia que Cinemark o la cadena Lumière, ahora viene con ésta propuesta (ya ni se diga Cinemex, que al pasar a manos de Grupo México inició con "estrategias de negocio" modernas-revolucionarias-progresistas-de-avanzada, tronando el FICCO 2010 y mejor ni le mencionen ningún Festival, porque si a Cinemex no le interesa, ¿al público mucho menos?, mientras reduce personal y su calidad de exhibición se enfila hacia el carajo...). Regresando a Cinépolis, suena  a que es una iniciativa esperanzadora, no abre por completo sus puertas, pero se compromete a no tronarlas si no venden suficientes boletos durante la primera semana.
Todo el mes de septiembre debería ser el mes de estrenos de Cine Mexicano, so pretexto del Mes Patrio (disculpen por promover este chovinismo-antimalinchista), pero sería una idea. Porque tampoco creo que nos tengamos que esperar a un Tricentenario, cumplidos 214 años de nuestro cine, para que haya iniciativas como ésta.
¿O será que hay que buscar otras salidas de exhibición y recuperación efectiva?
Mientras eso se define, lancémonos a ver, recomendar (y criticar como nos encanta, jeje) los estremos que desde el viernes 27 de agosto vienen a darle un respiro a la cartelera.

El atentado

El infierno


Hidalgo: la historia jamás contada
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Héroes verdaderos



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