El jueves 27 de febrero, la más reciente película de Hayao Miyazaki (que él anunció como su última obra) inaugura la cuarta edición del #FICUNAM. Además de la programación que explora territorios distintos a la animación, esta presentación especial es relevante por lo que representa Miyazaki, una tradición del anime japonés con una filosofía única como rasgo en común en toda su filmografía: la tensión entre la vida sencilla y el imparable impulso del progreso tecnológico.
Con toda una legión de otakus que adoraría treparse a la escoba voladora de Kiki: entregas a domicilio, que añora tener a un vecino como Mi amigo Totoro, eventualmente corretear las pisadas del Castillo vagabundo, y ¡pf! hasta ser la mismísima Princesa Mononoke, la película Se levanta el viento promete ser una más de las favoritas de los fans. Es una historia épica basada en la vida Jiro Horikoshi, el genio aeronáutico que diseñó el mortal avión Zero japonés de la Segunda Guerra Mundial; el tono elegíaco logra ser una culminación adecuada para la carrera de 50 años de Miyazaki, como para merecer la nominación al Óscar como Mejor Película Animada (que ya ganó en el año 2002 con Spirited Away).
Pero desde el Festival de Venecia, en aquella conferencia de prensa dedicada a El viento se levanta, no se sabía la razón concreta del retiro de Miyazaki. Ahora, a sus 73 años, ya ha explicado por qué deja los largometrajes animados: "Era lo máximo que podía dar para producir una película animada. El trabajo en la animación es una labor de construir con ladrillos y cemento, y más ladrillos y cemento. Sentí que ya no iba a ser capaz de poner otro ladrillo".