lunes, 10 de enero de 2011

Érase Una vez que se es el Cine Mexicano Bicentenario


Érase Una Vez que se es El Cine Mexicano Bicentenario


Ahora que el emblemático 2010 ha terminado, al hacer un recuento de eventos cinematográficos nacionales, los festivales se mantienen en pie por sana necedad y continúan siendo trampolín de propuestas cinemáticas nacionales e internacionales. Un caso grave: Los intereses corporativos que devastan Cinemex, filiales de Grupo México, aniquilaron el FICCO 2010 por "no ser redituable", enterrándolo en el recuerdo de haber sido un festival extremo para lo que se exhibe de costumbre en las salas comerciales, y más en el primer trimestre del año. Por suerte de la inexplicable necedad, esa muerte generó otra propuesta, casi de botepronto, que se convirtió en el afortunado Distrital Mx, lidereado por Paola Astorga, quien tuvo a bien crear esta nueva propuesta, con apoyos conjuntos, para no dejar huérfano al cine "poco exhibible" en la cartelera defeña.


Estrenos nacionales hubo bastantes respecto a los años anteriores, regularmente dejados de lado "voluntariamente" en la temporada de la cartelera de verano, para que las producciones norteamericanas recolectaran millones de dólares en taquilla. Aún así, la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine) reporta que en el 2010 se registró un ingreso taquillero como nunca para la industria nacional, basado en la cantidad de espectadores que vieron Cine Mexicano y, esperemos, para el 2011 aumentará en beneficio de la industria fílmica nacional. Pero como fenómeno particular del 2010, septiembre fue el mes de la cristalización de la mayoría de las producciones apoyadas por motivo del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana. Aparte de corresponder al megaproyecto mediático del Gobierno Federal, la virtud del cine del Bicentenario, o su común denominador, fue no convertirse en una elegía ramplona del evento para recordar la gesta heroíca de ambos sucesos tan complejos, como para desaprovechar y abordarlos con unas perspectivas un poco más enriquecedoras. ¿Fue suficiente? Tal vez no y ni lo será, pues aunque han existido películas que han abordado la historia del país, siempre habrá una nueva perspectiva que agregue una capa adicional a la relatividad del suceso histórico más allá de la sola efeméride.

También, el Imcine tuvo la fortuna de recibir cerca de 700 millones de pesos para ejercerlos en ese año y apoyar al cine Bicentenario o al resto de sus proyectos simultáneos a la producción, post producción y eventos conmemorativos. Uno esperaría que esto representa una meta presupuestal que crecerá año con año, pero en el 2011 se le promete volverle a amarrar las manos reduciéndole significativamente el presupuesto para funcionar en un año pre-electoral, creo yo.

Lo que sí se repite, pero a cuenta gotas, son los casos de las películas taquilleras mexicanas. De todas las producciones Bicentenarias, El infierno (Luis Estrada, 2010) fue la más exitosa, con 2 millones de asistentes, sintomáticamente rebasado por la producción más comercial de No eres tú, soy yo (Alejandro Springall, 2010). Aunque tuvieron un espacio "suficiente" para su exhibición, tanto Chicogrande (Felipe Cazals, 2010) y El atentado (Jorge Fons, 2010), no lograron a ser un fenómeno taquillero o, como en el caso de El atentado, recuperar por completo la inversión de 70 millones de pesos con la que se produjo, alcanzando a generar en taquilla 37 millones 846 mil 19 pesos, poquito más de la mitad.

Para noviembre, el multiproyecto conjuntado en el largometraje de Revolución, propuso un fenómeno de exhibición y distribución insólito, pues se estrenó en cartelera y por el Canal 2 de la Tv Nacional en horario Prime Time, así como en un canal alterno de YouTube y su posterior salida en Dvd. Tamaño reto de sinergias, se diría, pero que encajó en el posicionamiento que Televisa hizo respecto al Bicentenario (los spots paisajistas apantallantes desubicados, su especial musical tan típico de la empresa, y la insólita serie -para los bajos niveles de contenido en que suele manejarse la televisora- Gritos de muerte y libertad, de Gerardo Tort).

Sin ser los únicos proyectos bicentenarios, conformaron el tronco más relevante de la conmemoración cinematográfica y que más presupuesto recibió para su producción; aparte de la invasión en salas de los 26 cortometrajes de la serie Suertes, humores y pequeñas historias de la Independencia y de la Revolución y El baile de San Juan (Francisco Athié, 2010), que está por estrenarse.

No existe propiamente una novedad formal o revolucionarias entre todas, por si alguien guardaba la esperanza de encontrarlo. Más bien, se mantiene una buena calidad y hasta sorprendente en varios de los casos, tanto técnico como de contenido. En resúmen, es un cine “logrado”, pero con sus detalles.



En el caso de Hidalgo, la historia jamás contada, el guión original de Leo Mendoza se dispuso a presentar con flashbacks evocativos lo menos conocido del emblemático Miguel Hidalgo y Costilla, tan resobado en la literatura histórica oficial del libro de texto, recordando en prisión su adolescencia de estudiante irreverente, testigo de los atropellos de una Iglesia Católica en la constante rebatinga e imposición de su poder. Siendo el único lugar donde se podía obtener estudio y conocimiento, y por ende, una mejor posición social como Cura criollo, el acceso a literatura prohibida cultivó la inconformidad que lo distinguió como un rebelde fuera de lugar del comportamiento esperado de cualquier representante del clero españolizado. Obligado a confesar los "crímenes" que cometió y ser juzgado por levantarse contra la invadida Corona Española devastada en Europa, vemos a un Demián Bichir-Hidalgo poco reconocible, sobrio, interpretar al Cura cuando es expulsado de la rectoría del convento a su cargo hacia el rincón abandonado de San Miguel de las Torres Mochas, para ejercer en exilio su sacerdocio, seguido de sus amigos juglares e igual de festivos e irreverentes como el cura y por quienes empieza chocar con la sociedad hipócrita y acomodada del pueblo, pues apenas ejerciendo su oficio, se dedica a montar insólitamente el Tartufo de Molière, enamorándose de una Ana de la Reguera, hija del mecenas de la obra con ansias de actor, con quienes se dedica a ensayar y presentar la obra, creando uno de los momentos más logrados de la película, que termina siendo un homenaje juguetón al teatro y al mismo Molière. Tal vez encontramos también a un Antonio Serrano con más sobriedad para llevar con un tono correcto toda una película de tintes biográficos sin estar tan comprometida con la seriedad histórica. Para mi gusto, es el proyecto mejor logrado en lo que va de la carrera de Serrano.


El atentado arranca con el teatro de carpa emblemática siempre burlona, siempre puntillosa, un colofón alivianador en el anti-thriller del Porfiriato. Los guionistas Vicente Leñero, Fernando Javier León, Jorge Fons y el mismo autor de su novela adaptada, Álvaro Uribe, no siguen una estructura tal vez común pero sí más apropiada para una película del estilo. Primero hacen un gran acto donde un 16 de septiembre de 1897, al celebrarse el Centenario de la Independencia de México, el emborrachado erróneamente Arnulfo Arroyo (José María Yazpik), es contratado por Antonio Villavicencio (Salvador Sánchez), bajo las órdenes de el Inspector General de la policía, Eduardo Velázquez (Julio Bracho), para ejecutar el magnicidio contra Porfirio Díaz (Arturo Beristáin) al llegar a la Alameda Central, cuando el kiosco Morisco habita como telón de fondo el sitio del atentado. Al fallar, Arnulfo es arrestado y el Inspector General se adelanta a ayudar al ejército para encargarse del asesino, quien es eliminado por un misterioso grupo en el lugar de arresto. Tan repentino y tan intrigante es la situación que Federico Gamboa (el famoso autor de la novela Santa, interpretado por Daniel Giménez Cacho), se dedica a investigar y encontrar que Arnulfo es aquel compañero de la Universidad vuelto vago, aquel con que departieron en paseos de paisajes de José Ma. Velasco donde el intolerante Eduardo V. lo acusó de anarquista, aquel que llegó a conocer a su amante Cornelia (Irene Azuela), quien también estuvo relacionada con ellos en distintos niveles. Lo que parece ser una película de alcances novelescos e intrigantes, se vuelve delicioso al ver cómo tienen todos que ver con todos, pero atenta contra sí misma por abarcar los planos íntimos y políticos que no termina de asentar, uniéndolo con el misterio de encontrar quién es el que se encuentra tras el atentado, con presentar la historia de un periodista honesto (Jose Ma. Tavira) que ni al caso, con una fotografía y ambientación embelesantes tropezadas con telones que ni se usan como recurso visual ni narrativo (y si sí, ni se entiende de tan sutil). Y cierra con un gesto típico de Porfirio Díaz enviando al exilio a uno más de sus amigos (Aarón Hernán) que han conspirado contra él, que desde el intento de magnicidio sólo se preocupa por su imagen ante el pueblo. La historia se distancia del género nacional que se dedicaba a nostalgear deliciosamente esos tiempos, Señor Don Simón, pero tanto intento de desenmarañar terminó por enredar al relato que llegó a muy poco.



Chicogrande



EXTERIOR. VEREDA BOSCOSA
Sonido: Un interminable alarido de hombre.





VOZ BUTCH:

Where is Villa, where, dónde, dónde, dónde,

dónde, dónde...




En GRAN ACERCAMIENTO un jinete a galope tendido. Galopando hasta reventar el caballo, justo frente a la cámara, como si fuera a incrustarse en la lente.

Jinete: Sombrero roto, jorongo agujereado, pantalones desgarrados, máuser, cananas, revólveres, bayoneta, machete, puñal, y polvo, sudor y barbas espesas.



Basado en un cuento y posterior guión cinematográfico de Ricardo Garibay, que a la vez se basó en alguna historia de origen popular, Cazals realiza muy oportunamente este proyecto guardado desde hace más de 30 años y que en el Margarato al frente de RTC (1976-1982) se le censuró e impidió filmar poco después de terminar Las Poquianchis. De un guión que podría haber durado 40 minutos a 1 hora, Cazals agregó un poco más de investigación histórica y remozó a su manera el guión original con información extraída del trabajo de Rafael. F. Muñoz y la biografía santificadora sobre Pancho Villa de Paco Ignacio Taibo II, para presentar en el marco del festival Distrital Mx y su posterior estreno, la épica de Chicogrande (Damián Alcázar) que dio el todo por el todo con tal de salvar la vida de su General Villa (Alejandro Calva, con pésimo maquillaje para hacerlo parecer cualquier otra cosa, menos a Villa), herido de muerte, al huir de la Expedición Punitiva tras la invasión de Columbus. Un Chicogrande estoico y desconfiado, cuidadoso, sabihondo ante su jóven e ingenuo acompañante atrabancado Guánzaras, se ve obligado a buscar un doctor en un pueblo cercano de la Sierra de Towhí, ya invadido por los gringos que torturan a latigazos sangrantes a posibles confesores denunciados para averiguar juer is Villa? (siempre pronunciado en un matiz neutro, poco verosímil), cuidándose de los soldados gringos, informado en la piquera por La Sandoval (Patricia Reyes Espíndola), verdugo del padre denunciador Viejorrezendes (Jorge Zárate), cayendo en la trampa de osos, latigueado hasta la agonía, matando al Guánzaras antes que cante tras los latigazos ¿Dónde istá Viy-lla?, y sobreviviendo agonizante a la tortura, y que secuestra al Médico Gringo (Juan Manuel Bernal) para curar a Villa. Como bien dice el maestro Luis Tovar, se ve una mano sobria y madura en el trabajo y en la dirección de actores por parte de Cazals, pero a pesar de eso, la extensión de las secuencias y agregar personajes que poco aportan a lo ya planteado por la bárbara síntesis casi poética de Garibay, hacen diluir el relato que llega a pesar en los monólogos enternecedores del Médico Gringo, quien sirve de discurso pacificador por encima de todas las cosas, y quien irónicamente es el que curará a Villa de su herida, ya cumplida la misión. Sin embargo, Cazals alcanza a cerrar con la imagen del cadáver de Chicogrande a caballo la épica del sacrificio total.



EXTERIOR. SIERRA
El caballo de Chicogrande, y Chicogrande rígido sobre él, desbocado, cuesta abajo como un airón.
Clarín cercano.

EN LA EXPLANADA.
Desemboca desenfrenadamente el caballo de Chicogrande en una explanada, en lo hondo de la sierra.
Va por la explanada galopando.
Y aparecen al fondo los gringos, en tropel, en manada, los clarines, los gritos, los balazos.
Van tras Chicogrande, disparando.
Cien balas pegan en este cuerpo muerto ya, inútil puntería.
Galopando frente a la CÁMARA, exactamente como al comienzo de la historia, Chicogrande, ganando su última batalla, entre el múltiple plomo que extrañamente lo mece, lo zarandea sobre su cabalgadura.
FOTOFIJA.

Cierra a:




FIN


***



Y como en realidad, “No hay nada que celebrar” en el México 2010, llegó El infierno, tal vez la obra más oportuna, oportunista, del humor negro de Luis Estrada de la mano de Jorge Sampietro, cerrando la trilogía que desde La ley de Herodes y Un mundo maravilloso venía manejando. Luis Estrada ya con un oficio técnico y visual por encima del montón y siendo la más exitosa de las películas producidas bicentenariamente (con la ironía que eso implica), presenta a Benjamín García “El Benny” (Damián Alcázar) como el modelo del migrante botado de regreso al país, encontrando una miseria extrema que lo empuja a la tentación de unirse a las filas del narcotráfico, justo como su hermano deceso El Diablo, mi shula, y entrar en la espiral terrible de la locura, corrupción y megalomanía ramplona de los líderes AbelCainescos del narco local de San Miguel, siendo el Cochiloco (Joaquín Cosío, maravilloso y multiadmirado) el guía dantesco quien le enseña el camino a seguir para ser un hombre exitoso, que se hace pareja de su cuñada La Lupe (Elizabeth Cervantes), después admirado por su sobrino Benjamín y sorteando las dificultades baleadas de los trabajos de su jefe Don José Reyes (Ernesto Gómez Cruz) “un hijo de la chingada que maneja los negocios sucios de la zona y sus alrededores... protegido de muy pero muy arriba”, representación aglutinada de los capos y del mismo Chapo Guzmán. Con un eterno look pajoso, árido, desolado, la oda que pretende ser crítica de la guerra calderonista y concientizadora de la violencia actual, es un melodrama familiar con motivos de venganza inicial dejados de lado por “la aceptación fatalista del destino, resignado ante el horror, cómplice instantáneo de un pueblo sin esperanza alguna, excepto anhelar la muerte y atestiguar mórbidamente la carnicería como razón existencial” (José Felipe Coria, El Financiero, 20/09/10). Vuelto clásico ipso facto por el escandalito que logró levantar, su éxito de taquilla se debe a la inmediata conexión que logró con la audiencia que la hizo la obra más inaudita en términos de la temática y su éxito de exhibición bicentenaria.



Después, el conjunto de cortometrajes de Revolución, producido por Canana Films y con la participación de renombrados cineastas contemporáneos, llega para presentar un panorama de historias evidentemente inconexas entre ellas, pero con puntualidades particulares, siendo los cortos de Fernando Eimbcke, Carlos Reygadas y Diego Luna las que más destacan de entre todas, pues dentro del límite planteado, no podia más que aspirar a dejar un conjunto de trabajos alrededor de la celebración Centenaria con perspectivas de lo que fue y lo que es la actualidad de acuerdo a las visiones concretas de cada cineasta, una especie de “Revolución, te amo” te odio, te indiferencio, te resumo, te cuestiono apenas, te “somos esto en la actualidad”. Como mencionaba antes, su mayor logro estratégico fue haber sido estrenado en cines con una transmisión insólita en televisión abierta, con un canal simultáneo en YouTube para futura revisión en línea y una salida extra en dvd, sinergia apreciable por mucho para los obstáculos de exhibición que tienen los cortometrajes mexicanos en territorio natural. Y sin redituar económicamente como El infierno y No eres tú..., la apuesta fue hacerlo visible en todas las plataformas existentes y posibles, pues les valió más dejar huella que ganar arteramente taquilla.



Es evidente que no se puede hablar de un resultado uniforme y efectivo del éxito de todas estas propuestas bicentenarias y las adicionales, más que la oportunidad de crear proyectos que dejarán un emblema particular de lo que es el Cine mexicano del Bicentenario, tomando recursos del Imcine, del artículo 226 y las instancias del Foprocine y Fidecine propios. Hubiera sido agradable que entre todas conformaran un conjunto para presumir por su gran calidad que por la irregularidad de la mayoría, pero la misma premura de la celebración mediática dejaba poco terreno a propuestas de mayor alcance.


El informe y la numeralia


En el informe de Actividades del IMCINE en 2010 destaca que: "Los asistentes a películas producidas por el gobierno en este 2010 –hasta la fecha de corte (17/12/10)- superan los 9.5 millones, lo que representa un incremento en relación con 2009, cuando se estrenó el mismo número de cintas y se alcanzaron los 9.3 millones de espectadores. Si a esto añadimos los asistentes a películas no apoyadas por el estado – 2.6 millones- llegaremos a un total de 12.1 millones de asistentes que vieron cine mexicano este año".

Los medios de comunicación recibieron una copia del informe y de él destacaron varios números apreciables, pero El Economista publicó el 21 de diciembre del 2010 que no había “emocionado el cine del bicentenario”, pues a pesar de los “10 millones de boletos vendidos que consiguió el cine mexicano en el 2010”:



• 2 millones 68 mil 95 personas vieron El Infierno.

• 846 mil 696 espectadores asistieron a Hidalgo: la historia jamás contada.

• 235 mil 59 espectadores vieron El atentado de Jorge Fons.


con el detalle de que


• 700 millones de pesos destinó el Gobierno Federal para producir cerca de 70 películas en el 2010.


Las cifras son reales. El mismo Canacine las respalda y destaca que esto se convierte en una marca de taquilla y audiencia que ciertamente se espera superar en el 2011.

Viéndolas y tratando de analizar fríamente, tenemos que el monto invertido para el propósito cinematográfico bicentenario, no es una fórmula de éxito efectivo. Es más, es cuestionable que tanto dinero se haya invertido para tan poco. Pero eso es imponer una visión en extremo mercantilista para la situación misma del Cine mexicano actual, que no goza de ninguna protección ni privilegio legislado para prevalecer ante la competencia directa de la distribución y la exhibición que las hagan redituables frente al avasallante cine estadounidense, muy a pesar de la calidad tan dispar entre todos los proyectos realizados. En ese sentido, es un fracaso.

Por otro lado, la visión de todo el informe de Actividades del Imcine del pasado 2010 es triunfalista: de una gran meta propuesta, los objetivos están logrados a cabalidad. Y es cierto, no hay falla, pues no solamente se logró invertir el dinero público en proyectos valiosos para el bicentenario, sino también en actividades simultáneas conmemorativas y en el apoyo de proyectos en proceso, como lo ha hecho en las diversas instancias que cubre el Instituto de la Cinematografía nacional. La visión del periódico El Economista es puntual respecto a que nuestra gris industria no es redituable y ni siquiera una competencia verdadera en taquilla frente al volúmen gringo. Por supuesto que no lo es y nunca lo será, mientras no exista alguna instancia que lo proteja de la avasallante protección solapada que tiene en la exhibición el cine extranjero, y del que carece el Cine nacional. A pesar de la disparidad de la calidad de las películas, y siendo el termómetro de los casos de éxito que representan No eres tú... y El infierno, sin pensar que son necesariamente las fórmulas a seguir, no hay nadie más que “una minoria ridícula”, un grupo de locos y un Instituto de Cine limitado a propósito para no hacer frente a los brazos de la industria extranjera, quienes buscan sobrepasar lo que tanto le urge a nuestro cine: ganar el espacio natural que necesita el Cine mexicano para exhibirse ampliamente, seguir descentralizándose para atraer propuestas del país que enriquezcan lo local y lo nacional, para entonces poder abrirse a competir directamente en nuestro territorio y, posteriormente en el externo, a los proyectos que surjan para consolidar (de nuevo y para bien) a una urgente Industria Nacional.

Como bien y mal dice El Economista en su subtexto, no sirve de nada invertir tanto dinero público para obtener tan poco regreso, es como tirar dinero (público) del bueno al malo. Pero qué tiene de malo invertir tanto dinero al patrimonio cultural de un país. ¿Necesariamente tiene que entrar un producto cultural a la competencia directa de recuperar la inversión inicial con ventas secundarias de palomitas para convertirse en un producto de éxito babaeante? Pues sí, pero sobre todo: NO. Mal que bien, Chicogrande, El infierno, Hidalgo..., El atentado, Revolución y demás, quedan para la posteridad y ya son patrimonio nacional. Se exhibirán, se criticarán, se analizarán siempre con el propósito de encontrar una mejor fórmula o varias para que el cine nacional se conecte y recupere su audiencia propia, primordialmente en territorio propio y a destacar en el extranjero, ¿por qué no?

Aunque el Imcine no sólo apoya proyectos de corte cultural, sino también de cariz comercial, no deja de formar parte del patrimonio cultural, por lo que reducir a una visión en exclusiva del éxito mercantilista a nuestro cine, es volver a justificar que no es una industria en la que valga la pena invertir, pues todo es pérdida y casi casi de un plumazo se podría borrar para dejar que otras industrias compitan en territorio nacional, por ser más sólidas que nuestro cine. El número de producciones locales que salen cada año a competir (70 producciones en el 2010) no se puede comparar contra la cantidad con que nos invade el buen y mal cine gringo. Una competencia justa, por contenido y propuesta, sería tener un lote de películas suficientes para competir frente a frente con el extranjero (tal como ha prevalecido desde la aplicación del TLC), y entonces sí revolcarse en el argumento de si nuestro cine es competitivo o no en la cartelera. Dos casos de éxito sólido en septiembre del 2010 no se pueden equiparar con los que sí obtiene durante todo el año y, en especial, en la época de verano, el cine norteamericano. La sola idea de bloquear la exhibición extranjera tampoco es factible para la industria norteamericana, pues siendo la que más genera ingresos a los Estados Unidos y que prevée un 2011 con poca recuperación, tampoco dejará que un gobierno, mucho menos un instituto, lo obstruya para obtener el ingreso garantizado que logra en México. La situación sigue siendo grave, difícil, y pone en entredicho los logros propios del Imcine dentro del marco de sus objetivos y materia, contextualizándolos en el gran bloque de la exhibición cinematográfica.

Claro que sí deben continuar y no deben desaparecer todos los apoyos del Estado para el cine nacional. Claro que deben surgir iniciativas que lo protejan y le abran espacios obligatorios para garantizar una recuperación y, sobre todo, hacer que la audiencia nacional en salas tenga la oportunidad de verlas con tiempo y no en espacios y horarios olvidados, pues entre más espacio para exhibir haya y mayor oportunidad de producción para los cineastas mexicanos exista, se podrá hablar de una industria pujante que entre al rasero manipulable de la competencia fílmica en taquilla. Tal y como el Cine Bicentenario vino a demostrar, la disparidad de proyectos, la calidad no sólo técnica de las propuestas, demandan que el poco terreno ganado se mantenga para aumentarlo, no reducirse a que el probablemente presupuesto 2011 sea disminuído por estrategias de economía nacional que priorizan cuestiones de Guerra contra el narco y preparaciones electoreras, sino encontrar el camino adecuado para mantener el ritmo de producción y entonces ir ganado una guerra declarada desde hace años a nuestro cine, que no lo deja ser totalmente Infependiente y mucho menos Revolucionario.

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