1999: La historia de un futuro que no lo fue del todo.
“1999 fue el año en el que el satélite nuclear hindú se salió de control. Nadie sabía dónde podría caer (...) Sólo a Claire no le podía importar menos en el tiempo en que ella vivía su propia pesadilla. El mismo sueño llegaba cada noche: volaba libre sobre un terreno desconocido. Y el vuelo se convertía en caída, la caída en pánico y entonces ella se despertaba…”.
Aun se ve distante el año de 1999 en el conjunto que existe en Hasta el fin del mundo (Until the end of the world / Bis ans ende der welt, Wim Wenders, 1991).
Dentro del síndrome de la Ciencia Ficción que se plantea en años inmediatos con ideas de tecnología hipotética, Wenders presenta a Claire Tourneur (Solveig Dommartin) despertando de su pesadilla recurrente a la pesadilla de sus aventuras de una sola noche, drogas de diseño y fiestas en una Europa conectada como un gran país de carreteras guiadas por computadoras dy GPS. Su vagancia autodestructiva es comentada por su exnovio, el escritor Eugene Fitzpatrick (Sam Neill) quien, dentro de su soledad y estatismo, se convierte en el mentor de Claire al hacerse transportadora de un dinero robado, después apañado por un desconocido Trevor (William Hurt), al que perseguirá por todos los rincones posibles de Europa, América y Asia, para terminar en Australia con él , por completo enamorada del falso Trevor y quien resulta ser el científico Samuel Farber, que huye en la clandestinidad de la CIA, al portar un invento de su padre para grabar a sus familiares en video en conjunto con sus impulsos cerebrales, casi le costándole la vista, pero que les permite llegar a un rincón rural y paradisíaco donde está también su madre ciega, quien será la beneficiaria y podrá volver a ver a sus familiares gracias al ingenioso aparato de Alta Definición.